Esta crónica fue escrita por Elena Alfaro y publicada originalmente en Letras Libres el 19 de Septiembre de 2019.
Si la Unión Europea se convierte en algo “demasiado perfecto como para tener éxito” dentro de sus propias fronteras, no habrá lugar para ella en el futuro.
Aunque la segunda jornada del seminario “Del fervor al desafecto” llevaba por título “Tribalización, sentido de pertenencia y emociones para la juventud”, Aurora Mínguez, excorresponsal de RTVE en Berlín y conductora del debate, inició la sesión manifestando su intención de llevarlo por otros derroteros alejándose especialmente del término “tribalización”. Si la jornada del día anterior había estado marcada por el aniversario de la caída del muro y la mirada centroeuropea, con la estimulante presencia de Marlene Wind, la de ayer se orientó hacia aspectos mucho más organizativos y de dirección estratégica, especialmente centrados en el análisis de la figura de la nueva presidenta de la Comisión, la alemana Ursula Von der Leyen, y la elección de los comisarios propuestos.
La primera intervención corrió a cargo del catedrático de ciencias políticas Sami Naïr. Antes de responder a la pregunta “¿Qué recomendaría a la nueva presidenta y a su equipo?”, Naïr prefirió realizar un rápido diagnóstico de los que a su juicio son los principales problemas de la Unión: crisis política y financiera con consecuencias dramáticas para la Europa del sur: los populismos como síntoma de problemas de fondo.
Tras él Cristina Gallach, Alta comisionada para la agenda 2030, aventuró que la próxima legislatura estaría marcada por el impulso de los jóvenes que retoman asuntos postergados por la generación de sus mayores con una energía de la que estos últimos han carecido: sostenibilidad, inclusión y pacto intergeneracional. La siempre original Ana de Palacio se sumó al debate haciendo notar, divertida, ese cierto paternalismo que consiste en alabar a los jóvenes remitiéndolos a “un futuro que nunca acaba de llegar” para a continuación exponer una visión desdramatizada de las dificultades que afronta el nuevo equipo de la Comisión: “Von der leyen tiene que sacar adelante sus comisarios […] El Parlamento Europeo tiene un primer objetivo que es … el Parlamento Europeo”. La realidad, añade, es que cada comisario seleccionado va a necesitar los votos de Visegrado, como la propia presidenta ha necesitado los del brexit. No entiende la crítica feroz al “European way of life” y considera que la nueva presidencia debería reforzar el equilibrio del triángulo institucional: Consejo, Comisión, Parlamento.
La visión más vital y optimista la aportó Francisco Aldecoa, presidente del Consejo Federal del Movimiento Europeo. Los agoreros se han equivocado, señaló, porque los resultados que han arrojado las elecciones europeas dan un 69% de europarlamentarios (entre populares, socialistas, liberales y verdes) que desean profundizar en la construcción europea, a lo hay que añadir la agradable sorpresa que ha supuesto el cambio italiano, con el socialdemócrata Gentiloni, propuesto para economía. Aldecoa mostró una decidida defensa de la nueva presidencia, de su programa y del manejo de la heterogeneidad europea que parece estar demostrando, logrando que aquellos que decían que “iban a romper” estén contentos.
Sobre política económica y monetaria, Naïr animó a luchar contra la divergencia existente entre los distintos estados miembros porque, de no hacerlo, no ve manera de salvar el euro ante una nueva crisis. También lamentó la ausencia de fondos suficientes en políticas de empleo y la renuencia alemana a los cambios que impliquen modificar los Tratados. De nuevo Ana de Palacio movió el enfoque del problema. Explicó que la unión económica y monetaria entró en los Tratados en un mundo que ya no existía y añadió algo que muchos de muchos desconocíamos, que “el whatever it takes” de Draghi procedía de Merkel. En su opinión lo más interesante del momento que vive la Unión es la constatación de la impredecibilidad y del cambio en el valor del Derecho y es precisamente ahí donde la sociedad civil actual entra en juego: Estados miembros, sí, pero con una sociedad civil muy fuerte que parece capaz de mover la agenda política. En este punto coincidió con ella Gallach, que también ve que el momento refundacional de la Unión se realizará desde políticas concretas, no desde las instituciones.
Sobre liderazgos y brexit todos los presentes coincidieron en afirmar que los liderazgos emergen cuando se viven momentos excepcionales. Lo que ya no resultó tan pacífico fue el nombre y la necesidad. Macron se postula a priori como la figura intelectualmente más solvente para De Palacio aunque se remite a un escéptico: “ya veremos”. Aldecoa apuesta por Von der Leyen y su apelación más dirigida a los ciudadanos que a los Estados. Naïr cree que Macron podrá reestructurar el eje francoalemán incorporando a países como España, Grecia, Italia, Portugal e incluso Bélgica reduciendo así el, a su juicio, papel hegemónico alemán.
Tampoco hubo acuerdo en el devenir del brexit. Aldecoa creía que los países “no se suicidan” y que una separación sin acuerdo sería muchísimo más dolorosa para el Reino Unido porque se enfrentaría a una crisis existencial con un más que posible referéndum escocés y la, antes impensable, reunificación irlandesa en el horizonte. Naïr opinaba que la UE no tiene interés en un conflicto con Gran Bretaña, que saldrán, “tendremos lo que siempre hemos tenido con los ingleses desde el siglo XVIII” y en unos años pedirán un acuerdo similar al de Noruega
Y una cosa llevó a otra y terminaron hablando de la defensa europea y la OTAN, de la necesidad de vincularla a la industria y “colgarla” del mercado interior, como señaló de Palacio. Aldecoa fue más específico aún y abogó por el principio de autonomía estratégica para, en un plazo de 5 años, ser capaces de defendernos solos.
Mientras escuchaba, no dejé de hacerme preguntas sobre la forma y el fondo de la sesión. Si en la jornada anterior disfruté con las posturas claras y la energía contagiosa de Marlene Wind, al tiempo que recibí una pequeña cura de humildad, al constatar el gran desconocimiento de los miedos existenciales que condicionan a una parte importante de nuestra Europa, ayer percibí un enfoque en exceso “occidental”, demasiado centrado en las cuestiones que conocemos y nos parecen importantes a “nosotros”, cayendo en la trampa contra la que nos prevenía, precisamente el día anterior, el checo Telicka.
Salí de allí incómoda porque se había evitado, de un plumazo, hablar sobre tribalización y se había dedicado demasiado espacio a asuntos de manejo institucional y reparto de poder. Eran los mismos diagnósticos escuchados centenares de veces y la sensación de que no hemos profundizado en la concepción de que Europa es también y en gran parte una comunidad necesitada de sabiduría en el manejo de sus disfuncionalidades. Las naciones sí se suicidan y, como señala Ivan Krastev, los países centroeuropeos lo tienen muy presente. Si la Unión Europea se convierte en algo “demasiado perfecto como para tener éxito” (Síndrome de Galápagos) dentro de sus propias fronteras, no sé si habrá lugar para ella en el futuro.