Artículo publicado originalmente en El Debate de Hoy el 5 de Septiembre de 2019
El «premier» británico no ha logrado el respaldo necesario de dos tercios en la Cámara de los Comunes para disolver el Parlamento y fijar la cita electoral el 15 de octubre.
Poco le ha durado la mayoría parlamentaria al nuevo primer ministro británico, Boris Johnson, lo que equivale teóricamente a una convocatoria anticipada de las elecciones generales, que en circunstancias normales debieran celebrarse en 2022. Pero nada es normal en Gran Bretaña desde que una parte de sus élites, nostálgicas de las glorias imperiales, decidiera conspirar para que el Reino Unido volviera a su “espléndido aislamiento”.
La batalla por devolver al Parlamento la soberanía está en su punto álgido, sobre todo tras el primer paso dado por el veterano diputado conservador Phillip Lee, abandonando su formación de toda la vida para refugiarse en las filas del Partido Liberal Demócrata, liderado por Jo Swinson.
Lee no es el primero en acusar a Boris Johnson de utilizar la manipulación política, el acoso y la mentira como los peldaños en los que se ha apoyado para terminar encaramándose a la Jefatura del Gobierno. Pero sí se ha puesto a la cabeza de los tories tradicionales en denunciar que “esos no son precisamente los valores que siempre hemos defendido”.
Autoconvencido de su superioridad intelectual y de su supuesta excepcional valía, Johnson ha irrumpido en esta etapa de su vida política como una nueva encarnación del Lord Protector, dispuesto a devolver supuestamente la supremacía que el país disfrutó en el mundo durante tres siglos. Tiene no obstante inteligencia sobrada para saber que, por sí solo, Londres no va a resolver el cambio climático, la lucha contraterrorista o los problemas inocultables de vivienda y salud de los que se resiente la sociedad británica.
Pero le es igual. Su objetivo es coronar lo que unos cuantos miembros de las élites decidieron, eso sí, con el apoyo en referéndum de una ajustada mayoría de ciudadanos, que sin embargo no se manifestaron en aquella consulta porque la salida de la Unión Europea fuera abrupta y a las bravas.
Consciente de que se han encendido las alarmas de los indicadores económicos, y de que ha descendido notablemente el prestigio y la autoridad moral del país en el panorama internacional, Johnson quiere librar una batalla por el relato, o sea, en conseguir que sea la presunta intransigencia de Bruselas la culpable de que se llegue a un brexit sin acuerdo, su objetivo primordial.
Es crucial, por lo tanto, el desenlace de la lucha por el control del Parlamento, normalmente en manos del ganador de las elecciones y consiguientemente del Gobierno. Pero, perdida la mayoría por la deserción de Lee, los Comunes podrían decidir lo contrario de lo que pretende Johnson, es decir, exigir un acuerdo con Bruselas, para lo que sería necesaria una nueva prórroga de salida, teóricamente entonces el 31 de enero de 2020.
La réplica de Johnson estaría en cumplir sus amenazas de convocar elecciones, cuya fecha de celebración sería decidida por él, depurando previamente de las filas conservadoras a los diputados que no se hayan avenido a secundarlo en sus propósitos.
En esa estrategia le convendría que tales comicios se celebren cuanto antes, siquiera para que no dé tiempo a la ciudadanía a que note los demoledores efectos del brexit y tumben los pronósticos que todavía le confieren una buena ventaja. Aun así, y a pesar de que el líder de la oposición laborista, Jeremy Corbyn, sigue estando lejos en los sondeos, no está garantizado un nuevo triunfo electoral conservador, toda vez que las voces proeuropeas se están haciendo sentir en el país como nunca lo habían hecho antes, obligando a salir de la ambigüedad tanto al Partido Laborista como a muchos diputados de la mayoría, flemáticamente acostumbrados a nadar y guardar la ropa.