Artículo publicado originalmente en El Mentor el 28 de Enero de 2019
Lo que conocemos como Occidente ha consentido una gran mentira: creer que ha vivido el periodo de paz más largo de su historia tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Ciertamente, la Europa desgarrada no había conocido un lapso semejante de prosperidad entre 1949 y 1989, fecha esta última en que se produce el colapso de la Unión Soviética y el final de la Guerra Fría, previo por otra parte a la guerra de los Balcanes, que demostró a Europa su impotencia para resolver por sí sola la dramática desmembración de Yugoslavia.
Y es una mentira porque en ese casi medio siglo la guerra, con sus innumerables muertos, heridos y todo tipo de tragedias, no dejó de asolar a muchos de los países integrados en África, Asia y América Latina. Gran parte de los afortunados habitantes del entonces conocido como Primer Mundo no habrían oído hablar o leído sobre tales conflictos de no ser por los relatos de los reporteros desplazados a aquellos escenarios bélicos.
España alumbró y encumbró a una excepcional generación de reporteros y corresponsales de guerra, agrupados en lo que el veterano Manu Leguineche denominaría como “La Tribu”. Él mismo, junto con otros nombres como, entre otros, Arturo Pérez-Reverte, Jesús González Green, Miguel de la Qadra Salcedo o Diego Carcedo, componen el sobresaliente mosaico de un grupo de periodistas de TVE que, con muchos menos medios técnicos, económicos y humanos, compitieron en la calidad y éxito de sus trabajos con la BBC británica, la CBS norteamericana o la ARD y la ZDF alemanas.
De una u otra forma, todos ellos han narrado y descrito las guerras en las que se vieron envueltos así como sus “hazañas” informativas, logradas casi siempre de modo tan casual como involuntario.
Diego Carcedo nos aporta ahora un original y sorprendente punto de vista, el que se desprende del miedo, ese sentimiento que emerge, paraliza y atenaza a todo ser humano enfrentado al peligro. Pero, en su libro Sobrevivir al miedo (Ediciones Península, 268 páginas), Carcedo no se extiende en el temor, pasajero al fin y al cabo, que se experimenta en toda guerra, sino en aquellos miedos que, sin ser tan lacerantes, terminan dejando secuelas. Reconoce que, para él, el peor es el miedo a la propia conciencia, “pues te alterará el recuerdo, te atormentará el sueño y, por más que te empeñes, no podrás olvidarlo”.
Entre muchos de esos recuerdos, confiesa doloridamente uno que nunca expuso ante las cámaras: el del misionero español en una Uganda acogotada por aquel gigantesco sátrapa, Idi Amin Dadá, conocido como “el carnicero de África”, apodo al que se empeñó en honrar una vez convertido al Islam. Ni Carcedo ni tampoco los dos técnicos que le acompañaban dispensaron un gesto de aliento a aquel sacerdote, que celebró en total soledad la Misa de Navidad. Asesinado poco después, “el recuerdo del padre Rafael, de su bondad y valentía, lo conservo como algo imborrable. La imagen oficiando en solitario la misa del gallo, entre los ruidos de la selva, y mi insensibilidad al negarme a acompañarle, me perseguirá siempre”, relata Carcedo trasluciendo un arrepentimiento sincero.
Esos miedos, a la muerte, al ridículo o a la vergüenza por haber hecho u omitido un gesto en un determinado momento, afloran en los veinte episodios que el autor ha escogido para este libro. Guerras de hace treinta, cuarenta o cincuenta años, muchas de ellas aún sin concluir. El abandono del Sahara por España, presionada por una Marcha Verde que puso en evidencia a todos los servicios secretos; la dramática evacuación de Saigón, en la primera derrota de hecho de Estados Unidos en una guerra; la extensión a una Camboya retrotraída a la prehistoria en aquella tragedia indochina; el gran terremoto de Perú o la conflictiva descolonización de Yibuti, limítrofe con ese estado fallido que es Somalia, desfilan en otros tantos relatos, contados desde la conciencia de haber tenido la privilegiada oportunidad de haberlos observado como testigo de excepción, y sobre todo de haber sobrevivido a tantas situaciones atravesadas por el miedo.
Diego Carcedo, actual presidente de la Asociación de Periodistas Europeos, morirá con las botas puestas. Como todos los grandes reporteros, ahora analiza desde otras atalayas las nuevas amenazas que se proyectan a todo el mundo desde los escenarios de guerra y tragedia que recorrió en otras circunstancias. Amenazas que provocan nuevos miedos, a los que habrá que intentar sobrevivir.