Artículo publicado en Zoom News el 10 de Febrero de 2015 por Pedro González
– La UE sigue careciendo de una política fiscal unitaria, que es la que evitaría los choques asimétricos
– Imposible ser fuertes en un mundo global si internamente se es débil
– Sin política agrícola común hace tiempo que vacas y ovejas habrían desaparecido del paisaje europeo
¿Caminamos hacia una Europa de la cohesión o de la desigualdad? ¿Puede sobrevivir el modelo social europeo en un mundo cada vez más globalizado y competitivo? La respuesta tiene muchos matices. Las guerras y conflictos que se libran a las mismas puertas de la Unión Europea, la envergadura de la crisis económica más brutal sufrida por las tres últimas generaciones, los dramas y tragedias que emergen al socaire de los rescates, alertarían sobre un futuro azuloscurocasinegro. Y, sin embargo, la situación actual puede ser la oportunidad para que la UE cambie sus paradigmas, experimente e innove, y en definitiva no se deje arrollar por el avance incontenible tanto de Estados Unidos como de las potencias asiáticas emergentes.
La Fundación Carlos de Amberes era el marco para discutir precisamente sobre el futuro económico de Europa, un décima edición de un debate en el que hubo consenso general en señalar dos parámetros que es preciso y urgente cambiar radicalmente: la desigualdad y la debilidad. Xavier Prats-Monné, director general de Educación y Cultura de la Comisión Europea, hizo hincapié en la evidencia de que «a mayor desigualdad, menos crecimiento», axioma que vale tanto para una familia como para una empresa o un país. Para contrarrestarlo «no hay mejor arma que la educación».
«Es el capital el que sigue al talento y no a la inversa», proclama Prats-Monné, que detalló cómo la proporción de titulados universitarios en un mundo globalizado se ha dado la vuelta, de manera que Asia, especialmente Japón, China, India y Corea del Sur, se están encaramando a pasos agigantados en la cabeza de la clasificación del conocimiento. Para los escépticos que apoyan los recortes y la inversión en este campo, el dirigente de la Comisión dejó una sugerencia concluyente: «si crees que la educación es cara, prueba con la ignorancia».
Bienestar a costa de deuda
En la misma línea Carlos Álvarez Pereira, presidente de la Fundación Innaxis, instó a políticos y ciudadanos a cambiar la visión cortoplacista a que nos ha obligado la crisis. «Ahora lo más urgente es pensar a largo plazo. Estamos en un momento en que Europa debería atreverse a experimentar en innovación». Argumentó que si para hacer crecer el PIB en 1 ó 2 puntos ha habido que endeudarse hasta límites insostenibles, ha llegado el momento de experimentar con otros paradigmas, de forma que no condenemos el futuro y no sigamos empeñados en alimentar el bienestar con deuda.
Si se considera 100 el PIB de 2008, justo al comienzo de la crisis, Estados Unidos estaría ya hoy en 117 mientras que Europa ha de conformarse con 107, un poco mejor tan solo que el 105 de Japón, pero notablemente inferior incluso a Suiza, que estaría en 123. Esta evidencia, a juicio de Álvarez Pereira, demuestra que faltan reformas estructurales, y que la más importante de ellas es la de nuestro propio pensamiento.
Guillermo De la Dehesa, asesor internacional de Goldman Sachs y consejero del Banco Santander, mostró su pesimismo sobre el futuro de la UE en la medida en que los 19 países que integran la Eurozona solo tienen en común su política monetaria, pero siguen careciendo de política fiscal, que es la que evitaría que ocurrieran choques asimétricos. Calificó de «héroe» a Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, porque «gracias a él esta situación de crisis [especialmente a propósito de Grecia] no ha terminado en tragedia».
Una espiral diabólica
Que el Gobierno de Estados Unidos maneje un presupuesto equivalente a un 20% de su PIB frente al 1% de la UE se traduce, según De la Dehesa, en que los norteamericanos resuelven la crisis en meses porque pueden inyectar dinero estimulante desde el principio de la misma. «Nosotros necesitaríamos diez años para culminar un proceso de cambio y llegar a una unión fiscal tras la preceptiva modificación de los tratados. Estamos en una espiral diabólica porque encima tenemos superávit por cuenta corriente, ya que los países de la UE que están bien [Alemania] no absorben las exportaciones al no haber demanda».
También suscribe la actual situación de debilidad de la UE David Wright, secretario general de la Organización Internacional de Comisiones de Valores: «Europa no puede pretender ser fuerte en un mundo global si es internamente débil». Su mentalidad británica se alinea con las posiciones de David Cameron, que exige «la simplificación y desburocratización de la UE porque la estructura actual es muy costosa». También exige que la UE se esfuerce por hablar con una sola voz, a fin de hacerse más fuerte en las instituciones multilaterales.
Gabriel Siles-Brügge, de la Universidad de Manchester, estima que los gobiernos europeos acuciados por la crisis están haciendo políticas low-cost, en vez de invertir en las nuevas tecnologías de gama alta, que son las que marcarán diferencias con las nuevas potencias emergentes. Echó un jarro de agua fría sobre los que defienden a ultranza el futuro Tratado de Libre Comercio e Inversiones (TTIP) entre la UE y Estados Unidos al desmentir que ambos sean capaces de crear un estándar común al que hayan de adherirse los demás. «Lo más probable -dijo- es que China y los asiáticos creen los suyos y haya un reconocimiento mutuo de tales estándares».
Que no se despueble el campo
Más optimista se mostró el francés Jean-Louis Martin, del Credit Agricole, que defendió las paulatinas reformas emprendidas en la UE, especialmente la política agrícola común (PAC), que llegó a representar el 60% del presupuesto comunitario y hoy apenas llega al 38%. «De no existir la PAC -afirmó- desaparecerían las vacas y las ovejas del paisaje europeo, lo mismo que la muy deficitaria agricultura de montaña, pero es que no solo importa la rentabilidad sino también que el campo no se despueble y los campesinos mantengan ingresos y servicios que les afiance en sus tierras con perspectivas de futuro».
Miguel Otero, del Real Instituto Elcano, detecta que hay ciertamente una salida de la crisis, aduce que España se está financiando ahora mismo a tasas más baratas que Estados Unidos, y que los mercados están dando señales inequívocas de que es el momento de invertir. Cree no obstante ilusorio pensar que la debilidad en la demanda europea vaya a ser absorbida por la demanda interna de China, de modo que pueda adquirir todas las exportaciones. Eso lleva a volvernos de nuevo a Estados Unidos, pero es evidente que su peso sigue decreciendo.
«En todo caso, aunque malheridos estamos vivos», aseveraba Xavier Vidal-Folch, de la Asociación de Periodistas Europeos, debido a la creciente fragmentación económica y financiera. Pero, la UE es aún un club en el que «a pesar de estar sentados sobre una bomba, -según el expresidente del Parlamento Europeo José Borrell– son más los que quieren entrar que los que amenazan con irse».
El pesimismo que parece invadir a buena parte de los europeos marca una línea divisoria entre los emergentes y los ciudadanos de la UE, en la medida en que a éstos la crisis les hace desconfiar de su propio futuro. En una de las réplicas, Prats-Monné apostillaba: «Creemos que se nos acaba el estado del bienestar, pero nosotros lo tenemos y lo disfrutamos; los emergentes todavía no. El futuro se conquistará a través de la educación, sector en el que las potencias emergentes están invirtiendo mucho más que nosotros para alcanzarnos y sobrepasarnos». Ahí puede estar la clave.
¿Puede el modelo social europeo sobrevivir en un mundo cada vez más globalizado y competitivo? Los más negativos opinan que no, y predicen un declive inexorable de la calidad de vida en el Viejo Continente. Los que dicen que sí están divididos. Unos afirman que el TTIP es la mejor manera de consolidar ese modelo europeo y exportarlo a otras regiones. Otros, como David Wright y Siles-Brügge, opinan que la única manera de preservarlo es levantando barreras para que la competencia desleal de los países en desarrollo no destruya más puestos de trabajo.
Tanto unos como otros, sin embargo, van a tener que decidir cómo se distribuye la riqueza de Europa. La crisis ha aumentado las desigualdades tanto en la renta como en el patrimonio, lo que hace peligrar seriamente que pueda mantenerse la cohesión social si esta tendencia continua. Y, ciertamente, sin cohesión será muy difícil, por no decir imposible, que la UE sobreviva.