Señor, Señora, Miembros del Jurado.
Compañeros y amigos queridos.
Gracias. Este Premio emociona. Y emociona mucho. Porque es un premio del oficio al oficio y en pro del oficio. Y porque la lista de quienes lo han recibido en las anteriores ediciones impresiona. E impresiona mucho. Trataré de llevar la condición de ser su 30 compañero con dignidad.
Luchar por la dignidad en tiempo de confusión exige volver al principio, y a los principios.
El principio del periodismo es la pregunta. Preguntar y preguntarse es el pilar de muchas otras estupendas actividades. De la mayéutica, como arte de buscar el conocimiento. De la filosofía, que se interroga por los misterios de la condición humana. De la política, porque la democracia empieza a plasmarse en el momento de preguntar a los ciudadanos… La pregunta es también la fortaleza de los niños.
Preguntar exige defender la presunción de que nunca nadie tiene en solitario la Razón. Pero igualmente, de que casi siempre todos ostentan alguna o algunas razones.
Hacer periodismo es crear una mirada. No es blandir un arma. El periodista va desarmado, sólo empuña el bolígrafo o la cámara. Emplea sus ojos para construir esa mirada, dejarse sorprender por lo nuevo, contarlo. Y adaptar continuamente la propia mirada a la nueva luz y a la nueva realidad.
Nuestro oficio es contar, desentrañar y explicar la realidad honestamente. Al menos, lo más honestamente posible.
La honestidad profesional requiere independencia. Y ésta atraviesa ahora mismo momentos demasiado turbulentos.
Toda suerte de poderes amenazan la independencia.
Como el poder político cuando no persigue persuadir, sino presionar. Cuando impide el elemento esencial del diálogo informativo, el juego abierto de preguntas y respuestas. Y siempre que se escuda en declaraciones institucionales o en golpes de alcachofa o en argumentarios precocinados, lo que sucede cada día con mayor frecuencia.
O el poder económico y financiero, que valiéndose de la brutal crisis por él creada y multiplicada, y de la crisis de la prensa, se acerca a los medios para comprar complicidades, imponer silencios y colocarse en los altares de la hegemonía.
Pero también los propios periodistas somos muchas veces una amenaza para el periodismo. La independencia más difícil de conseguir es la independencia respecto de nosotros mismos, de nuestros prejuicios, de nuestras ideas, de nuestra identidad. Sin esa distancia nos equivocamos demasiado.
Nunca deberíamos sustituir la Pregunta, la pasión por saber y entender, que exige respeto –a las personas, más que a las ideas-, por el dicterio y la condena.
Solo desde el respeto a las personas, (acompañado del necesario descreimiento ante ideas y conductas) podemos narrar y explicar con un mínimo de precisión fenómenos con los que mantenemos distancia moral, lejanía política o incomodidad intelectual.
Esto vale para todos los asuntos. Me referiré a tres de los que más me han ocupado y apasionado a lo largo de 40 años de oficio. La cuestión catalana, hoy azuzada por fuerzas centrípetas y centrífugas que se alimentan entre sí, demasiadas veces desde el menosprecio a la ciudadanía: nos gustará más o menos -y a mí me gustan menos- posiciones como las centralistas o las independentistas; pero sin intentar averiguar sus raíces y respetar a las personas que las sostienen, será imposible restablecer “los puentes del diálogo”, como quería Salvador Espriu.
O la vital cuestión europea, en la que ni nuestra pasión crítica frente a Gobiernos, políticas e instituciones debe apagar la utopía de un continente habitable y amigable, ni nuestra condición geográfica y social del Sur debe ocultar ni hacernos olvidar el hecho cierto de la solidaridad ejercida por los ciudadanos del Norte, por más cuestionables que sean algunas de las políticas que la limitan o neutralizan.
O la brutal crisis económica. Aunque en muchas ocasiones debamos trasegar por los pasillos cercanos al poder financiero, faenar en las aguas del establishment no debe inducirnos a hincar las rodillas ante él. Ni olvidar a los desfavorecidos, a los excluidos, a los viajantes de las pateras, a los que más sufren los hachazos contra nuestro pequeño Estado del bienestar y disponen de menos instrumentos para sortearlos, a todos aquellos que ni siquiera podrán leernos o escucharnos.
Deberíamos volver a los buenos principios. Periodísticos. Sobre todo al modesto y esencial principio de verificación, sin el que no existe relato ni verídico ni veraz.
Deberíamos volver a los viejos buenos valores. Como ciudadanos y como periodistas no deberíamos permanecer indiferentes ante la destrucción sistemática, también en los medios, de todos los valores que inspiraron la transición a la democracia. Ante la sustitución del respeto por el insulto; del diálogo, por el monólogo; de la pausa reflexiva, por la precipitación; de la categoría, por la mera anécdota; de la serenidad, por la excitación; de la proporcionalidad, por la sobreactuación; de la ponderación, por la exaltación; de la actitud de escucha, por la explosión del griterío; del pluralismo, por el monolitismo; de la racionalidad, por el sentimentalismo; de la profundidad, por el morbo.
Queremos acercarnos a la imparcialidad. Pero no podemos ni queremos ser neutrales ante la pérdida de esos valores. Ni ante la relativización de las libertades o el desprecio a la libertad democrática, en casa o en cualquier rincón del mundo. No sólo porque esa, la libertad, es la única tierra donde florece de forma sostenible la delicada planta del periodismo respetable. Sino porque la libertad es el aire que respiramos y como tal, es indivisible. Invocando a los antiguos griegos, lo expresó de forma aguda y bella, desde el exilio, el que seguramente ha sido el más gran poeta de mi tierra, Carles Riba:
“La llibertat conquerida en l’apassionada recerca
del que és ver i és just, i amb sobrepreu de dolor,
ens ensenyàreu que on sigui del món que és salvada, se salva
per al llinatge tot dels qui la volen guanyar;
i que si enlloc és vençuda i la seva llum es coberta
per la tempesta o la nit, tota la terra en sofreix”.O sea:
“La libertad conquistada en la búsqueda apasionada
de lo verdadero y lo justo, y con sobreprecio de dolor,
nos enseñasteis que donde quiera que fuera salvada en el mundo, se salva,
para el linaje entero de quienes quieren ganarla;
y que allí donde es vencida y su luz sofocada
por la tempestad o la noche, toda la tierra sufre”.
Así es. Muchas gracias.