Altezas, excelentísimas, excelentísimos, ilustrísimas, ilustrísimos señoras y señores, amigas y amigos. Nos reúne hoy un hecho venturoso, cosa que es de agradecer en estos tiempos pochos, la concesión de un premio. Cada vez que Rafael Azcona, se enteraba de que a algún amigo le habían dado un premio, después de felicitarlo, preguntaba con una sonrisa de niño pícaro: “¿Y estaba dotado?”. El de esta noche, el Premio Francisco Cerecedo- doble ventura, Sr. Vidal Folch- está dotado. Enhorabuena máxima.
Un premio de la Asociación de Periodistas Europeos, que va a manos de un colega cuya principal labor es abrir – con sabiduría y justicia tantas mañanas – los siete sellos que enclaustran la actividad económica del mundo – llena como sabemos de ruido y furia- es hecho cabal que no necesita explicación hoy en día. “Tristes los tiempos en los que hay que luchar por las cosas evidentes”, escribía don Bertoldo Brecha. Y estos son tiempos de esos. Con el agravante de que las cosas evidentes son emborronadas minuto tras minuto para que nada aparezca claro y hasta para que aparezca claro que la evidencia no lo es.
Xavier Vidal-Folch, posee los conocimientos económicos, políticos, históricos, filosóficos, sociológicos y cordiales que forman la parte del iceberg que permanece oculta bajo la línea de flotación y que hacen posible que, la que flota fuera del agua, sea fruto congruente de esos conocimientos y expresión sintética y juiciosa de los mismos en forma de artículo de periódico.
Hemingway, daba dos consejos a los narradores: Primero, que el lector pudiera deducir de la mínima, pero suficiente, información que flota, la inmensidad y complejidad de la sumergida. Y, segundo, que el escritor tiene que tener en el cerebro una máquina detectora de porquería a prueba de golpes. Que por mucho que le arreen no se rompa nunca. El periodismo hace imprescindible el uso de ambos. Y el de Xavier Vidal-Folch, es su ejemplar seguidor.
Una bochornosa deriva -rabiosamente reduccionista- de la historia humana, nos ha llevado, antes que nada, a valorar cualquier acontecimiento por su significado económico. Actitud muy útil para quienes, sin otras connotaciones, encajonan lo humano en las columnas del debe y el haber, chiqueros estos en los que es prácticamente imposible revolverse. Detrás, delante, por encima y por debajo de cualquier actividad económica está si no nos empeñamos en confundir valor y precio, la vida humana. Vidal-Folch, lo reivindica a la hora de concluir cualquiera de sus análisis micro y macroeconómicos
Howard Hawks, el director de cine americano, que hizo comedias, western, musicales, cine negro y algunos dramas ejemplares, colocó siempre la cámara a la altura del ojo humano. Le parecía la única perspectiva honrada. La crítica americana siempre lo consideró un artesano, la nouvelle vague lo ascendió al olimpo. Contemplada su obra con limpieza, Hawks, es sin duda uno de los más grandes. Se le suponía un hombre segurísimo de si mismo, lo que no impedía que, después de un día de rodaje, sujeto a las tensiones ineludibles del oficio, aparcara muchas veces su deportivo donde pensaba que ya nadie del estudio podía verle y vomitaba su angustia acumulada. Al día siguiente, volvía a colocar la cámara a la altura de la visión humana, que puede que incluso acreciente la angustia, pero es la única honrada.
El Sr. Hilton, hoy más conocido por se abuelo de Paris Hilton, que por ser el creador de la famosa firma hotelera, aseguraba, que de lo único que había estado seguro a lo largo de su vida, era de que en el baño, las cortinas estaban mejor por dentro de la bañera que por fuera. Los millonarios suelen ser pragmáticos, pero al mismo tiempo son casi siempre de una ambición impertinente e incomprensible. Asegurado su bienestar y el de tres o cuatro generaciones que le continúen, ¿para que siguen acumulando capital?.
Mientras no aprendan a no morirse es una imbecilidad. Un trabajo inútil y un espectáculo insultante. Sin duda procedemos del mono más tonto, del que más cosas necesitaba y con más crueldad las defendía. Frente a ellos estuvieron y están los benditos bonobús. Sabios ellos.
Las cosas del mundo se deprecian muy significativamente y de todas, todas no en la caja fuerte sino en la aja mortuoria.
“Me iré y seguirán los pájaros
cantando en mi jardín”
Nos legaba Juan Ramón Jiménez. Sabia reflexión. La vida es más grande y mejor que nosotros. Termino. Gracias, Xavier por tus enseñanzas y por tu compañía, en este valle del debe y el haber.