Señoras… señores
Estimados compañeros de premio… ya sé que vosotros no los vais a decir porque sois muy elegantes, pero creo que los premios Salvador Madariaga, con sus 18 años cumplidos, alcanzan la madurez haciendo justicia: “periodismo de altura” titulaba el resucitado diario Público.
Para empezar, tengo que hacer una confesión: yo no soy un periodista de raza. No soy Raimundo Castro aunque me vaya aproximando en perímetro, que no en sabiduría. Eso de la raza es una expresión que gustaba mucho en mi casa. Quizá por ello, me mandaron de corresponsal. ¡Un puesto arriesgado! Como ha escrito el gran Enric González –y seguramente comparten Walter Oppenheimer, Griselda Pastor, Mariajosé Agejas, Carmen Vergara, Fernando Iturribarría y Paco Audije-, “un corresponsal es un tipo que se despierta por las mañanas con una náusea en el estómago y la convicción de que su despido es inminente”.
Yo soy un hombre de radio. Mi madre Rosalía me alimentaba con galletas y “Matilde, Perico y Periquín”; con madalenas y “La saga de Los Porretas” y con churros y Luis del Olmo (eran los 70, en aquellos tiempos se desayunaba fuerte). Recuerdo que mi padre convirtió su coche en unidad móvil para que pudiera hacer mi primera cobertura informativa: el incendio de la discoteca Alcalá 20. En la radio conocí a mi compañera y redactora jefe particular desde hace 30 años: mi Mariés, y en la radio ha nacido y vivido mi hijo, Tomás, porque las corresponsalías, es lo que tienen, están en la vivienda. No por comodidad –que también- sino por la urgencia informativa. Las noticias no tienen horario y a veces son estúpidas. La chorrada más impresionante te puede levantar de madrugada y hacerte famoso. Incluso convertirte en “trendingtopic”.
No dejemos que la urgencia informativa se convierta en histeria informativa. No nos pasemos todos al “lado caliente de los medios”, que diría McLuhan. No le dejemos toda la responsabilidad de reflexionar a Miguel Ángel Aguilar; la necesidad de introducir algo de sensatez a Rafa Panadero o que Montserrat Domínguez se vea obligada a reconducirnos por el lado de la razón. No gripemos el motor del periodismo al dejarnos llevar por el flujo informativo que nos llega de las redes sociales y nos impide pararnos a pensar, a valorar, a poner criterio en nuestro trabajo. No nos suicidemos de manera colectiva alimentando un hilo continuo informativo que es insaciable por definición. El ser humano tiene la capacidad de pensar y el periodista, aunque a veces se ponga en duda, forma parte de la humanidad. Pero no toda la humanidad tiene por qué ser periodista.
“Bref”, que dirían los franceses: la radio es mi vida; el periodismo es mi oficio; corresponsal, mi puesto y este premio… es un regalo para mi y para mi familia.
Muchas gracias