Artículo publicado por Tomás Alcoverro en La Vanguardia el 16 de Septiembre de 2010.
El seminario sobre Ryszard Kapuscinski en el Escorial, fue apasionante. Cuando Michnik, editor de Gazeta Wyborza de Vsarsovia, amigo y compañero suyo de redacción, y Ágata Orzeszek, su magnifica traductora al castellano, en cuya casa le recibía en sus viajes a Barcelona, hablaban de él, simplemente le llamaban Ricardo.
El tema fundamental del estudio de su obra, traducida a muchos idiomas, su condición de periodista o bien de escritor en las tan controvertidas fronteras entre literatura y periodismo, quedó sumergido en la turbulenta polémica provocada por la biografía de Artur Domoslawski que pone en entredicho la veracidad de algunas informaciones de sus textos, arrastrados por su estilo de prosa de ficción, y hace aflorar su relación con la nomenclatura del anterior régimen comunista polaco.
Ágata, que es profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, dejó bien sentado que en su país siempre se había considerado a Kapuscinski un escritor y que su obra hay que situarla en la tradición del gran reportaje literario. Su preocupación por el estilo, por las palabras, por el cómo contar las cosas, por el lenguaje -a veces arcaizante cuando aspira a describir un régimen político ensimismado y envejecido- su composición de los textos, inspirándose en pinturas y collages, su diversa concepción de cada uno de sus libros, constituyen la esencia de su trabajo creativo. Ágata iluminó la personalidad del escritor cuyo nombre había sido propuesto como candidato del Premio Nobel de Literatura.
La confusión entre escritor y periodista -en España en donde se ha acuñado desde hace tiempo la formula de «escritor en periódicos» se le le ha considerado más como «maestro de periodistas» que como literato- ha enturbiado y al final, con las denuncias y acusaciones de la biografía de Domoslawski, que próximamente será publicada por una editorial española, ha amenazado el valor moral de su periodismo.
He leído sus poemas de la Poesía completa traducida y prologada por Abel A. Murcia Soriano. Kapuscinski fue primero un poeta que empezó a publicar versos, influídos por Mayakowski, a los quince o dieciséis años en revistas estudiantiles y volvió a editar más tarde poemarios hasta el final de su vida, aunque hay fragmentos poéticos en muchos de sus textos. En 1986 da a la imprenta su Bloc de notas, y en 2004 publica otro libro de poemas, vertido al italiano, con el significativo título de Profesión reportero, vocación poeta. El prologuista escribe que en 1981, debido a la implantación de la ley marcial en Polonia, tuvo que renunciar a «aquel ritmo de viajes, recogida de datos, su trabajo se quebró repentinamente y el escritor se quedaría sin la revista Kultura Este. Cambio de costumbres, libre de plazos y de obligaciones, le animará a echar mano de una forma de expresión más personal. Antes de escribir un poema tiene que encontrar otro lenguaje, otra atmósfera en otra forma de recogimiento, de concentración y esto exige tiempo».
Entre sus poemas de inspiración lírica como Fin de siécle, Instante, o religiosa como Dios mira calla, Rosario, sólo hay un poema Soldado del año 1975 que refleja un tema de su experiencia africana de peculiar corresponsal.
He aquí los primeros versos de Fin de siécle:
¡Oh señora qué plateada eres!
Con es claro vestido brillas como una estrella
Y en los hombros una estola como una nube
Y bajo una nube una perla centellea.
Kapuscinski, que conocía bien el castellano, tenía gran ilusión en publicar estas traducciones de sus poemas. «Escribir poesía es para mí un lujo que raras veces me puedo permitir. Porque al escribir poesía encontramos en nosotros una otredad que no sospechábamos al sentarnos ante el papel. Escribir poemas permite tocar la lengua viva, explorar sus límites valorar el significado de las propias palabras y metáforas». Y así en un poema dirá:
Me he alejado tanto de mí mismo
que ya no sé decir nada
sobre mí
ni lo que siento
cuando me mojo bajo la lluvia
ni cuando me convierto
en una brizna de hierba seca
quemada por el sol
no sé encontrarme a mí mismo
describir a este personaje
nombrarlo
asegurar que existe.
El proyecto vital, en la olvidada expresión de Ortega y Gasset, de Kapuscinski era ser escritor. Tampoco tiene ninguna duda Fernando González Urbaneja de «que llega al periodismo desde la literatura». Su amor por las palabras, «empapándose en la musicalidad del texto», como decía Agata, es su vocación. Aprovechando esta increíble oportunidad que le ofrecía la Agencia de noticias polaca en la década de los sesenta de enviarle a África, en aquel tiempo ilusionado de la cascada de las independencias, del apogeo de la lucha contra la colonización, Kapuscinski viaja.
Tiene mucho tiempo para recorrer los nuevos países, hablar con habitantes de remotas aldeas, dejarse llevar por laberintos y espejismos del Sáhara, admirar inmensos paisajes, conocer ancestrales costumbres, sufrir enfermedades y miserias, rozar vidas de animales salvajes… tomando, infatigablemente, sus notas con las que años después elaborar sus tan valorados libros. Escribe Ebano, El emperador, Cristo con un fusil al hombro, sus viajes al África y América latina. Compone, en una palabra, estas obras con los despachos, los telegramas, las informaciones, las crónicas enviadas a su agencia que raramente fueron entonces publicadas. Una parte de su anónimo trabajo podía estar destinado a alguna oficina estatal de inteligencia.
Sobre este tema radica, a mi modo de ver, la principal confusión en torno a Kapuscinski. Lo que se considera su excelente periodismo, sus admiradas páginas, su trabajo ejemplar, sólo fue impreso más tarde en forma de libros. ¿Fuera del «hilo de la agencia», que diario, que periódico polaco estaba interesado en sus informaciones?. La elaborada obra de Kapuscinski, como la de tantos otros periodistas reconocidos , fue hecha a más a más de su diario deber de actualidad. Por otro lado, tal como apunto con justeza Jose María Ridao, su marginalidad, su precariedad de medios- el corresponsal polaco no podía competir con los enviados de potentes órganos de información occidentales aunque vibrase también con el deseo de transmitir, costase lo que costase las noticias de trascendencia en el mundo- le daba no sólo una mirada independiente, sin la marca del pecado original de la colonización, sino su extraordinario margen de maniobra de la que carecían sus colegas, forzados a cubrir todas las peripecias de la de actualidad.
Esto le permitió sumergirse en los caminos secundarios, descubrir los más recónditos lugares poblados del continente africano, sin obligaciones perentorias de enviar puntualmente sus despachos. Su marginalidad le daba libertad con la que pudo construir golpeando palabra por palabra como un picapedrero su literatura de descripciones viajeras y reflexiones de la vida de pueblos en excitación histórica. La biografía de Artur Domoslawski desmitificando a Kapuscinski convertido también, en gurú, en predicador del periodismo, ha sido escrita en palabras de Michnik con la «hermenéutica de la sospecha», cargando las tintas sobre sus vinculaciones con el poder comunista, sin las que evidentemente, no hubiese podido ejercer, de corresponsal de la agencia oficial de noticias , ha sido como la explosión de una bomba.
Alfonso Armada fue implacable al enumerar una a una , las mixtificaciones, las «inserciones ficticias» en una narración periodística, la invención de los hechos, en sus libros, abundando en otros trabajos anteriores muy tajantes como el de John Ryle sobre el «barroquismo tropical y la realidad africana en la obra de Ryszard Kapuscinski». «El corresponsal nos ha mentido -afirmó Armada- ha mentido a sus lectores al confundir la realidad y la ficción». El problema trascendental entre verdad poética y verdad histórica no es fácil de resolver.
En este fructífero seminario organizado en los cursos de verano del Escorial por la Asociación de periodistas europeos que preside Diego Carcedo, me he percatado de que la polémica desbordaba su figura y su obra. La envidia nacional polaca se ha cebado en el éxito de Kapuscinski en el mundo, como ha ocurrido en otros países del este y del centro de Europa, como en los casos de Milan Kundera o Gunter Grass. «El escritor -dijo Michnik – fue un polaco que conquistó el mundo. Ejemplo de una carrera a la norteamericana fulgurante de un pobre chico de Pinsk que llegó a ser candidato al Premio Nobel de Literatura».
Esta biografía «carroñera» para Enrique Barón, perjudicial para Michnik, ha dividido a los polacos al poner de relieve la intrahistoria del régimen comunista, revolviendo sus entrañas. Ha dividido a Polonia aunque el pueblo en que naciese en 1932 pertenece ahora a Bielorrusia. Pero el periodismo no es ninguna religión ni el periodista un varón inmaculado. Esta pérdida de una cierta reputación del Kapuscinski periodista, no es argumento alguno para proclamar bien alto, que con sus libros de reportajes de estilo literario, sus descripciones, reflelexiones y metáforas sigue siendo un gran escritor que sabe conmover a los lectores.
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Este es uno de los fragmentos de su libro ‘Ébano’
‘Ébano’ es un escrito sobre el dictador Amin de Uganda que ha sido considerado por sus detractores como ejemplo de mixtificaciones y falseamientos de la realidad en sus escritos periodísticos: «Los pescadores descargaron su trofeo sobre una mesa y cuando la gente lo vio enmudeció y de pronto se quedó inmóvil. El pez era enorme y muy graso. Aquel lago no conocía antes peces tan inmensos y tan cebados. Y todo el mundo sabía que los sicarios de Amin llevaban tiempo arrojando al lago los cuerpos de sus victimas. Y que de ellos se alimentaban los cocodrilos y los peces carnívoros. Se había hecho un silencio alrededor de la mesa cuando apareció un camión militar. Los soldados vieron a la multitud apiñada y también el pez sobre la mesa. Hablaron entre si un rato. Condujeron el camión marcha atrás hasta la mesa y abrieron la tapa. Los que estábamos más cerca vimos que en el suelo de la caja yacía el cuerpo de un hombre. Y también vimos como los soldados llevaban el pez hacia la caja y arrojaron a la mesa al muerto, descalzo. Y vimos como se marchaban enseguida. Y sólo oímos una risa, una risa soez y enloquecida». ‘Ebano’, pagina 157, publicado por la editorial Anagrama en el año 2000.